Hace mucho tiempo conocí a un alumno que sabía mucho de todo.
Y si no sabía de algo daba igual.
Seguro que encontraba un tutorial en internet y lo aprendía en un momento.
«Sólo era cuestión de ponerse y sacarlo».
Pero cuando le preguntaba algo práctico que difería de los típicos ejemplos sencillos que se encuentran por internet entonces le flaqueaban las piernas.
Necesitaba hacerlo a su manera y dejaba de prestar atención.
Incluso sabía tanto que se veía con la confianza suficiente para cuestionar a un profesional que hasta vivía de su trabajo que determinadas herramientas no eran de su interés.
De poco le servían sus habilidades extraordinarias que le permitían aprender mediante apuntes milagrosos.
Cuando hacía ejercicios necesitaba hacerlos en casa a su manera.
Tampoco escuchaba.
Y en cada clase observaba como se hundía cada vez más.
Tenía demasiada confianza en si mismo como para admitir sus errores.
No aprendía.En contraposición en esa misma clase había un compañero que lo primero que me dijo es que él no sabía de nada y que le costaba un poco.
Había estudiado previamente una materia relacionada pero fue un gran fracaso.
Su miedo era no poder sacar provecho del curso.
¡Y vaya si lo consiguió!
Venía a clase con una mentalidad abierta.
Incluso fuera de clase repasaba lo aprendido y entonces intentaba profundizar por su cuenta.
Al principio de curso casi tiró la toalla.
Pero su actitud humilde y determinada a sacarlo adelante le ayudó.
El esfuerzo siempre tiene recompensa.
Al final entablé una buena relación con él y todavía hoy colaboramos en algunos proyectos.
Es un gran profesional.La moraleja de esta historia es que para aprender primero es necesario conocer tus límites.
¡Sólo así sabrás dónde tienes que empezar a esforzarte!
Deja una respuesta