Querer es (casi) poder

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recorrido zurich maraton 2018

Hoy se cumple una semana desde que corrí la Maratón de Barcelona.

El feeling antes de la salida no era el mejor porqué llegaba tras no haber cumplido al 100% los deberes durante las 3 semanas previas.

Aún así me sobraban los motivos para dar lo mejor de mi mismo.

Había sacrificado demasiado durante mucho tiempo para poder estar preparado para la cita. Ahora no me iba a amedrentar.

La salida fue emocionante. Estar en el punto de salida era para mi ya un gran premio.

Ahora sólo era cuestión de concentración y darlo todo.

La carrera empezó según lo previsto. La primera mitad de la carrera fue genial.

Pero tenía el presentimiento que algo no iba bien. Incluso en la salida sabía que no era mi día pero me dije que no pensara en ello.

Y en el quilómetro 25 se confirmó. El temido muro llegó antes de hora y rápidamente me di cuenta que algo no iba bien.

Evaluar la situación de partida

Llegaron los primeros calambres y rápidamente mis cuádriceps empezaron a quejarse.

También empecé a tener frío.

En vistas a que mi situación no mejoraba decidí bajar el ritmo. Hice bien.

Cada vez me vine más y más abajo. Impulsarme a cada paso me costaba cada vez más.

Si seguía así iba a abandonar. Corría en Barcelona y era tan fácil como volver andando a casa (si podía).

¿Que podía hacer?

En primer lugar un balance de situación. La cabeza no estaba en su lugar pero todavía tenía fuerza para ello.

Diagnóstico, definición de objetivos, estrategia y ejecución.

Aceptar mis propios límites

Con 17km todavía por delante que me parecían una eternidad lo primero fue marcar las líneas rojas.

Iba a terminar. Estaba decidido siempre y cuando la salud me lo permitiera.

Así que lo primero que hice fue olvidarme de todo lo accesorio. Mejorar mi marca era ya un sin sentido.

De haberlo intentado hubiese llegado a tope unos quilómetros más de gloria y me hubiese retirado.

La fuerza de voluntad

Entonces es cuando decidí trazar un plan.

Iba a bajar el ritmo. Y sobre todas las cosas no me iba a parar.

Mis músculos estaban completamente agarrotados y cada nuevo paso suponía un dolor, que aunque soportable, no dejaba de ser un dolor.

Parar hubiese significado terminar.

Fui buscando la motivación en los quilómetros sucesivos.

Poco a poco iba viendo como los quilómetros iban pasando. Y el dolor aunque soportable no disminuía.

Pero seguí.

Y me dije que no estaba corriendo la maratón para pasarlo mal. Así que me decidí a disfrutar.

El público. La música. Gente que incluso estaba como yo y seguro que pensaba lo mismo.

Empecé a vivir la maratón en su máxima expresión. Una dimensión todavía desconocida para mi.

Llegar a meta

Los últimos quilómetros fueron los mas difíciles de todos.

Llegando a meta tuve serias tentaciones de parar y terminar andando. Afortunadamente no lo hice.

Los dos últimos quilómetros de la Maratón de Barcelona son cuesta arriba. Y cuando llevas 40km en el cuerpo… se convierten en una eternidad.

Aún así estaba cerca de conseguirlo. Ahora no me iba a parar. No después de todo.

El premio

Y finalmente sólo me quedaba cruzar la línea de llegada. Aquí si me permití el lujo de andar unos metros.

Quería saborearlo y memorizar la sensación.

Desorientado por el esfuerzo pero feliz.

Había vencido mis miedos. Y mis dudas.

Había superado una situación francamente difícil.

Ahora reflexionándolo me doy cuenta que con permiso del cuerpo, querer es (casi) poder.

¿Que tiene la maratón para ser tan adictiva?

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