Llegaba de un fin de semana en la montaña con mi familia.
Nada más llegar a casa recibo una llamada de una tarea urgente que ya debería estar implementada y enviada.
– ¡Es que los demás ya lo han enviado todos! Si puede ser envíalo hoy mismo.
Bien.
Es simplemente un email de felicitación de navidad y fiestas.
Me pongo manos a la obra y con el poco tiempo disponible intento hacer algo apañado.
El resultado final ha sido regular.
Lo envío de todos modos pensando que hacía lo correcto y pasada una hora recibo otro correo pidiéndome que por favor no lo envíe y que añada algunas mejoras.
Tarde.
¿Y ahora qué?
¿Añado las modificaciones y lo envío de nuevo y hago como si nada o sencillamente pospongo el correo para el próximo evento de fin de año?
Decididamente las prisas no son buenas.
De haber sabido aguantar la presión lo habría hecho bien a la primera.
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Querido lector,
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